jueves, 16 de agosto de 2007

El calentamiento global, la ciencia y la civilización

Decía el gran filósofo inglés Bertrand Russell que la civilización se podía definir como una forma de vida social guiada por dos conceptos fundamentales: el conocimiento y la planificación. La inteligencia, la capacidad de diferenciarnos nosotros mismos de lo que nos rodea, y la habilidad de reconocer en otros seres humanos a alguien que es y piensa como yo es lo que esencialmente distingue a los seres humanos de los animales inferiores. Los antropólogos empiezan a reconocer a los primates como de la familia humana cuando empiezan a usar herramientas, a pintar y crear arte, y a realizar funerales para los que mueren. En Homo abilis están las primeras semillas de la civilización humana. Parecen gorilas biológicamente pero están aprendiendo a usar su cerebro y sus manos para ser más fuertes y eficientes. Están empezando a dejar una huella para los demás basada en emociones y estética. Están creando un concepto de que todos vamos a compartir una vida en el futuro, y que lo que le pasa a uno del grupo le pasará a todos.

La civilización la caracteriza Russell entonces como el acuerdo social para crear objetos y proyectos comunes que no son necesarios para la supervivencia biológica. Sus primeras grandes instancias ocurrieron en las deltas fértiles de los grandes ríos de África, particularmente en Egipto y Babilonia. Las otras tribus eran mayormente nómadas porque arrasaban con las plantas y animales del lugar donde estaban, agotando sus fuentes de alimento y teniéndose que mover a buscar más en otro lado. Pero en estas primeras civilizaciones el exceso de comida que podía producir un solo hombre iba mucho más allá de sus propias necesidades de supervivencia. Esto permitió la creación de una clase de vagos parásitos que podían comer sin tener que proveerse la comida ellos mismos, (lo que hacemos casi todos en las civilizaciones occidentales modernas, porque ir al supermercado no cuenta como proveernos nuestra comida con nuestro propio esfuerzo). Pero en defensa de estos vagos explotadores hay que decir que inventaron las matemáticas, la escritura, la arquitectura, la astronomía y todas las demás artes que caracterizan a las grandes civilizaciones.

Pero para que una civilización dure siglos y no se desbande al primer cataclismo natural requiere de mucho más que intelectuales y conocimiento transmisible, requiere de una cuidadosa y hábil planificación para el futuro a largo plazo. Requiere de desarrollar ese maravilloso fenómeno humano que es el zafarse de las cadenas del egoísmo (tan venerado por los republicanos de derecha) y pensar en colectivo. Quizás bajo el látigo de un opresor o por sentidos propios de altruismo, muchos seres humanos empezaron a dedicar su vida a proyectos de los cuales ellos no derivarían ningún beneficio personal pero que beneficiarían a su país y a generaciones futuras. Una unión del conocimiento de que uno como ser humano solitario es pequeño e indefenso ante el mundo que nos rodea, y la convicción que permite planificar para nuestro grupo y nuestro país. Según Russell, un hombre civilizado debe ver a su país y a su entorno no solo como donde está nuestra casa o un lugar para ir a descansar, sino como el grupo de compañeros de viaje por la vida al que todos debemos contribuir con nuestro esfuerzo para que eche para adelante como CIVILIZACIÓN.

Pero como Russell vivió durante el abominable período de la Segunda Guerra Mundial también estaba muy consciente de los peligros de un patriotismo deformador del espíritu que controla a los miembros del país para dirigirlos al miedo y la destrucción de otros países, en vez de a la creación de bienestar y al mejoramiento del país propio. Y reconoció este espectro del patriotismo chauvinista y guerrero como el problema fundamental de la humanidad. La ciencia y la tecnología han unido al planeta de manera material y efectiva, pero nuestros sentimientos todavía nos mantienen recelosos de otros grupos, y separados por el miedo y la busconería. Todo lo que pasa en una región del mundo afecta cada vez más rápido y con más fuerza a las demás regiones, pero seguimos pensando y sintiendo en chiquito. Solo en nosotros y en nuestro país como si fuésemos los únicos que importan.

Pero los avances tecnológicos y la utilización masiva de la electricidad (con la que corren la inmensa mayoría de ellos) nos están llevando al borde de un abismo. Un abismo donde no solo se caerá una civilización o un país, que rápidamente será reemplazado por otro. Un abismo ambiental donde lo que está en juego es la supervivencia de todos los seres humanos. El calentamiento global amenaza no solo con inundar ciudades, alterar el clima, o producir cada vez más huracanes. Estamos bregando con un planeta complejo, casi vivo (como lo ve la teoría de Gaia). Bregar a lo loco con sistemas ultra-complejos y donde todas las partes se afectan de manera fundamental unas a otras rara vez produce algo bueno. Un mundo sin petróleo, con sobrepoblación aguda, con odios ancestrales y armas de destrucción masiva, y con un ecosistema disfuncional e irreparablemente dañado puede acabar CON TODA LA CIVILIZACIÓN HUMANA como la conocemos. Este es el "worst-case scenario" usado por los ambientalistas para meter miedo y levantar conciencia, pero lo peligroso es que es enteramente posible y bastante probable que ocurra si no hacemos algo pronto.

El final de la civilización implicaría que todas nuestras conquistas, nuestros logros, nuestro arte y nuestros descubrimientos se perderían y habrían sido en vano. No más Bertrand Russell, no más Internet, no más Newton, no más Einstein, no más Mozart, no más Beethoven, no más El Gran Combo, no más Cervantes, no más Shakespeare, no más Da Vinci, no más Rafael, no más Miguel Ángel, no más "Star Wars", no más Daddy Yankee. Todas las manifestaciones del arte, la diversión, la cultura y el conocimiento se perderían pues ya no habrían más generaciones futuras para salvaguardar los logros de la humanidad.

Si la civilización depende del conocimiento y la planificación, tenemos que rescatarlos ambos. Tener una educación agresiva donde la lógica, la ciencia y el conocimiento útil venzan a la superstición, el miedo y el egoísmo. Y tenemos que planificar nuestras acciones no solo para el confort nuestro de hoy en día, sino para asegurar sustentabilidad y una buena vida para todos los países y generaciones futuras. Hay que ser civilizados y trabajar para construir obras grandes de civilización verdadera en donde todos los seres humanos de todos los países podamos beneficiarnos. Hay que rescatar el concepto de que nuestra patria es el planeta Tierra, y que nuestro legado debe perdurar para todos los ciudadanos del mundo en un futuro brillante y esperanzador.

Basado en secciones de los libros "In Praise of Idleness" (1935) y "Where is Industrialism going?" (1923) de Bertrand Russell


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